La base de la obra de María Montessori parte de la idea de que existe una personalidad latente propia en el alma del niño que necesita una liberación a través de un desarrollo adaptado a ella y de su colocación en un entorno favorable.
Partiendo de esa base, podemos afirmar que los niños nos revelan quiénes son y qué necesitan. Solo hace falta observarlos y dejarse guiar por ellos. Es necesario saber y reconocer cuáles son las condiciones emocionales, psicológicas, sociales, físicas e intelectuales necesarias de cada etapa de desarrollo del niño para lograr una educación que responda a su naturaleza. Por ello, el adulto ha de estar preparado para observar más allá de lo aparente para ofrecer al niño lo que necesita, buscando, si fuera necesario, la causa de cada manifestación infantil.
El niño no sigue un plan de trabajo impuesto desde el exterior, sino que sigue para su desarrollo unas leyes innatas, comunes a todos. Y podemos percibirlas al observar a los niños. Si tenemos en cuenta todo esto, deberíamos alejarnos de un modelo transmisivo que aborda cada aprendizaje y a cada niño como una reproducción en serie, y trabajar el aprendizaje con cada uno de los niños desde el respeto a su individualidad.
El poder de la mente de un niño es poderosísimo. Sólo hace falta darle el entorno adecuado para que se desarrolle. Es por ello que, para darle a la vida una protección adecuada, hay que estar dispuesto a descubrir con empatía sus leyes.
Las enseñanzas que los adultos proporcionemos a los niños se deben limitar a satisfacer las demandas mentales de éste, nunca a dictarlas. Por tanto, lo fundamental y lo básico es dejar fluir las potencialidades del niño, más que “influir” sobre ellas.
La pregunta sería… ¿cómo observar al niño y no influir sobre él según nuestra forma de ser, percibiendo simplemente lo que él es en realidad? Consideramos que, para poder observar a un niño sin influir sobre él, los adultos tenemos que romper con todos nuestros miedos y prejuicios aprendidos y heredados.
Los adultos tenemos prejuicios en torno a los niños cuando elaboramos opiniones o juicios acerca de ellos, sin tener experiencias directas o reales sobre ellos, cuando damos por asentado que un comportamiento “es así” y no hay posibilidad de cambio,.
Podemos descubrir en nosotros mismos como la sociedad y el entorno familiar han influenciado en nuestra percepción de la realidad desde la edad temprana. ¿Te atreves a descubrirlo?
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